Hay
fechas que marcan un antes y un después para el desarrollo de la ciencia y de
la humanidad. A finales del siglo XVI se pudo ver de forma rudimentaria, porque
así eran los microscopios caseros desarrollados por los investigadores, la
primera célula.
Se
ponían así los cimientos para dejar atrás en medicina ayudaría a dejar a tras
la teoría de los cuatro elementos que controlaban el funcionamiento del cuerpo
humano: bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre. Hipócrates (si el del
famoso juramento que tiene tela y que algún día hablaré de el, del juramento y
de sus consecuencias) que vivió en Grecia hacia el 400 a.C. apoyó esta teoría.
Robert
Hook en 1665 (que fue presidente de la Royal Society de Londres) y Anton van
Leeuwenhoek (la primera ilustración de una bacteria la publicó en 1683 en la
revista científica Philosophical Transactions of the Royal Society) les cabe el honor de ser los primeros seres humanos que con todas las limitaciones vieron una célula. En 1820 el
francés R. Dutrochet observó la primera célula corporal auténtica al estudiar
la cabeza de una serpiente.